Aun para los que no somos cristianos militantes, la Navidad es un período de reflexión y reencuentro con la familia y sus valores. Valores éstos que no están circunscriptos a la observación de las festividades de carácter litúrgico, muy especialmente, la que celebra el nacimiento de Jesucristo, la Natividad.
En realidad, el período de fin de año que identificamos como Navidad, es ocasión para renovar nuestras esperanzas y el compromiso con un futuro que, en general, siempre asumimos que será promisorio. Los buenos deseos, las especiales promesas y esos ambiciosos planes, además de las extraordinarias metas que nos trazamos, son concebidos y orquestados en este singular intervalo de tiempo, por el que hemos esperado doce largos meses.
Y ese optimismo con que recibimos el año recién nacido, ese perenne homenaje a la esperanza, no puede ser fruto del simple disfrute de varios días de asueto. Hay en la Navidad un espíritu invisible que impregna el ambiente de positivismo y nos permea el corazón y los sentidos, haciéndonos más tolerantes, humanos y comprensivos, pero sobre todo, más entusiastas del porvenir.
Esos efluvios que nos arropan en la pascua de fin de año, está claro que nada tienen que ver con el consumismo inducido que nos lleva al intercambio de regalos materiales y a endeudarnos hasta lo imposible, con la ilusión de que “los mejores tiempos, están aún por venir”. Esos aromas de vida que nos envuelven tienen que estar impulsados por razones más valederas que el bienestar que nos produce una suculenta mesa familiar y su correspondiente secuela de libación y disfrute junto a los amigos de la buena música del momento.
Me niego a aceptar que esa catarsis que cada diciembre nos embarga, se deba simplemente a la conclusión del año fiscal, con su presagio de un seguro retorno del “Income tax”, ese complemento inexorable del Tío Sam. Tienen que haber motivos más poderosos que estos simples enunciados de “bonanzas”, para empujarnos cada año y a pesar de las dudas y las deudas, hacia esos imprevistos mares de la ilusión y la buena esperanza que acompañan los abriles que ya asoman.
Estoy convencido, de que es la presencia de ese espíritu cuasi inmutable, representado en aquel nacimiento de hace veinte siglos, la fuerza que nos empuja al camino de la comprensión, el entendimiento y el entusiasmo por el homo sapiens. Lástima que no tengamos suficientes luces, como para agregarle algo de acercamiento, solidaridad, amistad, respeto, compromiso y conmiseración hacia los más necesitados.